En el Diario del Oriente: de corrector de pruebas a “todero”. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

[NOTA: Estas líneas, que forman parte de nuestro próximo libro ENTRE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y LA CENSURA. Columnas de opinión, crónicas, informes especiales y memorias de un periodista provinciano y anónimo, las traemos de nuevo al portal con ocasión de la honrosa decisión que ha adoptado la Junta Directiva del Colegio Nacional de Periodistas en el sentido de otorgarle al director de este portal la credencial de periodista].

En el Diario del Oriente: de corrector de pruebas a “todero”.

(Fragmentos)

Por: Óscar Humberto Gómez Gómez

Al año siguiente, 1973, yo no estaba estudiando, ni trabajando, ni haciendo nada. El año inmediatamente anterior me había negado a asistir a la ceremonia de graduación en la cual recibiría mi diploma de Experto en Mecánica Industrial porque consideré que no lo merecía. Más aún: había decidido no retornar al Instituto Técnico Superior Dámaso Zapata, convencido como estaba de que no me interesaba en absoluto carrera tecnológica alguna y que, definitivamente, no tenía vocación ni capacidades para ingeniero. Rómulo Brito era un muchacho que había llegado procedente de Cali, donde había laborado en El Crisol, un pequeño periódico de la capital vallecaucana. Había terminado como inquilino de mi madre y gracias a él pude saber que el periódico donde ahora trabajaba, Diario del Oriente, se había quedado sin corrector de pruebas. “Mira, ve -me dijo-. Si querés yo te presento con el director para que te haga un examen de ortografía. Si la tenés buena, es fijo que te dan el puesto”.

Al día siguiente, yo ya estaba sentado en la oficina del director, esperando a que éste llegara para que me practicara la prueba. El director ingresó en medio de una ruidosa conversación con otros tres hombres. De uno de ellos habría de saber después que se llamaba Roberto Harker Valdivieso y fungía como subdirector. A otro llegaría a tenerlo como juez en mi primera audiencia pública con jurado: el doctor Rafael García Ordóñez. El tercero, resultaría siendo el jefe de personal.
José Manuel Jaimes Espinosa, el director, era alto y delgado. Rafael Bohórquez, el jefe de personal, bajito y gordo.
-Escriba las palabras que le voy a dictar -me ordenó el doctor Jaimes, y yo las escribí. Al revisarlas, reparó en “hierva”, que yo había escrito con “v”.
-“Hierba” se escribe con “b” larga, no con “v” corta-, me recriminó.
-Depende, doctor -le argumenté con voz firme-. Si decimos: “Hay que cortar la hierba” es con “b” larga. Pero si decimos: “María, hierva el agua”, es con “v” corta.
El director se quitó las gafas, las mantuvo en una de sus manos mientras se ponía una de las patas de sus anteojos entre los labios, y se quedó mirándome muy serio. Yo le sostuve la mirada, expectante.

-¡Bohórquez! -llamó sin dejar de mirarme.
-Mande, señor director- dijo una voz a mis espaldas.
-Gómez es el nuevo corrector -dijo el director aún mirándome-. Llévelo a su escritorio y déle las instrucciones.
-Como usted ordene, señor director-, respondió la misma voz.
De inmediato deduje que el hombre ubicado a mis espaldas había sido militar o policía.
-Gracias, doctor- le dije al director. Éste tan solo sonrió a medias y se puso las gafas.
Entonces volví la mirada y vi al hombre que se hallaba detrás mío. Mientras caminaba a su lado supe que era el jefe de personal. Se dirigió hacia la sala de redacción, seguido por mí, y descubrí no sólo que cojeaba, sino que me iba a caer bien. Como, en efecto, me cayó.
Más tarde conocí a su hijo. También trabajaba en el diario y también se llamaba Rafael Bohórquez, igual que su padre. Ambos terminarían siendo amigos míos. Y a ambos terminaría perdiéndolos. El corazón le falló primero al que tenía que fallarle primero. Siempre había escuchado decir que lo correcto es que los hijos entierren a sus padres, no al contrario. Y así sucedió. El viejo Rafael fue enterrado por su hijo. El día en que éste me contó cómo había muerto el ex jefe de personal del Diario del Oriente seguramente no imaginaba que pronto él correría la misma suerte.
Tampoco el día en que Rafael Bohórquez, el papá, me mostró mi escritorio me imaginé yo que el Diario del Oriente habría de morir muy pronto.

(…)

De José Manuel Jaimes Espinosa me llamaban la atención varias cosas: una, que nunca se refiriera a los demás diarios de la ciudad con sus propios nombres, sino con la expresión “colega” seguida de la calle o la carrera de su ubicación.  Así, para mencionar a Vanguardia Liberal hablaba de “el colega de la 34”, para citar a El Frente lo hacía como “el colega de la 35”, para traer a colación a El Liberal escribía “el colega de la 27”, Diario de Bucaramanga era “el colega de la 42” y El Deber, “el colega de la 14”.
La otra, era su permanente preocupación por el tema de la paridad política en los cargos públicos: fueron varios los informes de página entera con los que creyó demostrar que en la repartición del ponqué burocrático el Partido Conservador se hallaba en descomunal e irritante desventaja.

(…)

A mi cargo de corrector de pruebas fueron uniéndose otros adicionales, aunque por el mismo sueldo: columnista de la página editorial, coordinador de la página cultural, encargado del archivo fotográfico, redactor del horóscopo, creador del crucigrama y hasta cronista deportivo.

(…)

El habérseme asignado la redacción del horóscopo me permitió burlarme de mis compañeros más cercanos quienes, por la misma razón por la que se habían vuelto lectores de El Deber habían pasado a serlo del Diario del Oriente. Me di a la tarea de indagar con sigilo cuál era el signo zodiacal de cada uno de ellos, cosa que fue fácil porque lo único que tuve que hacer fue preguntarles a todos la fecha de su cumpleaños para, supuestamente, llevarles serenata con Los Rebeldes, el grupo musical que yo había montado dizque para participar en El Festival del Coco en Barranquilla.
Conocedor del signo zodiacal de cada uno, y por supuesto de sus andanzas amorosas, de sus proyectos para conseguir dinero y hasta de sus planes de estudio, no fue difícil “predecirles” el futuro a mis ingenuos lectores, ninguno de los cuales imaginaba siquiera quién era, en realidad, el nuevo “profesor Cayenus”, a quien había contratado el periódico como asesor astral. Más de uno me comentaba, con notorio asombro, que “eso del horóscopo es cierto, absolutamente cierto”, porque a él, a mi interlocutor, le había “salido” perfecto. La fama de aquel acertado horóscopo fue creciendo cada vez más entre mis amigos hasta terminar convenciendo a los pocos incrédulos que aún se resistían a creer en esas predicciones. Y no era para menos: no había día en que “el profesor Cayenus” no acertara con la realidad personal de alguno de mis compañeros. Así, por ejemplo, al que tenía como novia a una vecina de su casa y se encontraba por esos días disgustado con ella, el “profesor Cayenus” le aconsejaba: “Reconcíliese con esa persona cercana a usted con la cual disgustó esta semana” y al que había dicho que quería ser aviador, pero de quien todos sabíamos de sobra que no contaba con recursos para esa carrera, el “astrólogo” le indicaba: “Usted quiere volar alto y eso está muy bien. Pero no pierda de vista su propia realidad socioeconómica para evitar que se quede toda la vida esperando lo que posiblemente nunca va a llegar”.
El nombre de “Cayenus” era una deformación del de Cayetano Rugeles, un brillante estudiante de ingeniería cercano a nuestra familia.

(…)

Cuando el doctor Jaimes Espinosa me preguntó si me podía encargar de cubrir la Vuelta a Colombia en Bicicleta, no dudé un instante en decirle que sí. Ya me imaginaba viajando por las carreteras, detrás de la caravana de ciclistas, en aquel certamen deportivo que siempre había cautivado mi atención desde la mañana lejana cuando, en pleno cuarto año de primaria, los directivos de la Concentración Escolar José Camacho Carreño reunieron en el patio a todos los estudiantes de la escuela para decirnos, con voz inocultablemente emocionada, que podíamos irnos, no para la casa, sino a recibir a un tal “Acevedo” Hernández, quien venía de puntero e iba a ganar la etapa que llegaba a Bucaramanga procedente de Pamplona. Después supe que “Acevedo” era como yo oía la palabra Severo y que, en efecto, el magnífico ciclista santandereano Severo Hernández había arribado de primero al estadio Alfonso López aquel jueves 18 de marzo de 1965 en medio del rugido de la multitud que colmaba el escenario deportivo.

Pero no. Yo no terminé viajando por las carreteras nacionales como parte integrante de la prensa deportiva. Mi trabajo resultó mucho más modesto: tenía que seguir la transmisión del popular evento desde la sala de redacción, con un radio transistor pegado a la oreja y garrapateando datos en una libreta para luego proceder a redactar un informe a publicarse el día siguiente, basado en lo que había escuchado. Así lo hice, día tras día, siempre pendiente de lo que narraran los “comandantes” de los tres “transmóviles” de Radio Cadena Nacional (Alberto Piedrahita Pacheco del Uno, Darío Álvarez Rodríguez, del Dos, y Álvaro Fonseca Cornejo, del Tres, después reemplazado por José Antonio Churio), hasta que culminó la vuelta.

Claro está que incluso un periodista tan humilde como yo debía tener su orgullo. Y fue, justamente, ese orgullo el que hizo que cada informe lo encabezara siempre con la misma frase. Una frase que aún hoy recuerdo con una mezcla confusa de picardía y nostalgia: “Por Óscar Humberto Gómez, enviado especial“.

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3 respuestas a En el Diario del Oriente: de corrector de pruebas a “todero”. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

  1. Luis Carlos Pinzón Sánchez dijo:

    OSCAR, UN GRAN AMIGO: TE FELICITO POR TU NUEVO LOGRO, SIEMPRE UN BUEN ESCRITOR, MUY AMENO EN SUS HISTORIAS, ACTUAL, CONOCEDOR DE LA HISTORIA Y LOS PROBLEMAS DE NUESTRO PAÍS , CRÍTICO CON ÁNIMO CONSTRUCTIVO PARA VISUALIZAR LAS INJUSTICIAS QUE A DIARIO SE COMETEN CON LA CIUDADANÍA. GANAMOS UN GRAN PERIODISTA. UN ABRAZO.

  2. Alvaro Navarro Rugeles dijo:

    Doctor Oscar: Mis más sinceras felicitaciones por ese logro, bien merecido por su constante espíritu de esmero y positivismo en todo lo que ud. hace; Como dice el viejo adagio: no mirando tu izquierda lo que hace tu derecha. El fruto se refleja, porque el tiempo que tengo el honor de distinguirlo, he apreciado que cuando ud, doctor se dirige al público, sus palabras tienen vida, alimentan el espíritu y creo con mucho respeto doctor que esto nace con la persona. Lo digo porque he escuchado personajes de muchas letras, pero sus palabras huecas me aburren. Este último comentario lo disfruté al máximo. Un abrazo, doctor Oscar.

  3. ALEJANDRO GÓMEZ LAMUS dijo:

    Respetado Dr. Óscar Humberto: Santander estaba en mora de ungirlo como periodista, pues, como bien lo dice, usted fue pupilo de José Manuel Jaimes Espinosa en “Diario del Oriente”, donde yo también deseé laborar, pero era menor de edad, y apenas terminaba sexto bachillerato. Mi papá, Joaquín Gómez Prada, me presentó ante don Rafael Serrano Prada, en RCN, Radio Santander (esa emisora quedaba en la calle 33 con 15) e hice práctica como aprendiz de periodista. Posteriormente, don Rafael Serrano Prada ingresó a la política y llegó al Congreso Nacional. Y tiempo después asumió la Dirección del periódico “El Frente”, donde usted Dr. Óscar Humberto escribe. Su trayectoria de periodista data de hace muchos años, refundida con su ejercicio profesional en la jurisdicción contenciosa administrativa, donde tuve el honor de conocerlo personalmente. Dr. Óscar Humberto, es usted un gran escritor, historiador y músico y su tarjeta profesional enaltece al periodismo santandereano. Abrazos, ALEJANDRO GÓMEZ LAMUS.

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