Un santandereano a carta cabal. Por Fabio Torres Barrera

NOTA DEL PORTAL: El distinguido abogado santandereano, historiador y miembro prominente del Partido Conservador Colombiano Dr. Fabio Torres Barrera, quien nos honra con su amistad, hizo, dentro de la solemne celebración eucarística que se llevó a cabo en el Templo del Sagrado Corazón de Jesús con ocasión del funeral del señor exalcalde de Bucaramanga y destacado ingeniero y empresario santandereano Eduardo Remolina Ordóñez, una hermosa semblanza de nuestro ilustre paisano fallecido.

Aunque es una lástima no contar con la grabación de lo que fue una muestra bellísima de que la sensibilidad y la elocuencia se niegan a desaparecer, ahogadas por la burda materialización y el vulgar culto a la premura y a la ordinariez que se apoderaron del mundo moderno, y de que, por el contrario, todavía hay -de tarde en tarde- uno que otro espacio abierto para el despliegue generoso de la oratoria y la exaltación, a través de ella, de la vida de nuestros mejores hombres, del trabajo honesto -el único posible de ser llamado trabajo-, de la inteligencia puesta al servicio de la rectitud y de la transparencia con que las personas de bien ejercen el servicio público, de todos modos el orador tuvo la gentileza de poner a disposición de nuestro portal el texto de su discurso, mismo que hoy publicamos en su integridad, para compartirlo así con quienes nos enaltecen con su aprecio.

DR. EDUARDO REMOLINA ORDÓÑEZ, RESPETABLE Y SOBRESALIENTE MIEMBRO DEL PARTIDO LIBERAL COLOMBIANO, ALCALDE DE BUCARAMANGA DURANTE LA GOBERNACIÓN DEL MÉDICO LUIS ARDILA CASAMITJANA, DESTACADO INGENIERO Y DINÁMICO EMPRESARIO SANTANDEREANO.

Un santandereano a carta cabal. Por Fabio Torres Barrera.

En representación de la Academia de Historia de Santander, la Sociedad de Mejoras Públicas de Bucaramanga y creo que interpretando el sentimiento de todos sus amigos y amigas acá presentes, he querido asumir la vocería del afecto y el reconocimiento ciudadano que, estoy seguro, hoy nos asiste a cada uno de nosotros, convocados en este sacrosanto lugar para despedir al amigo entrañable, cuando se hace inminente la partida final de una existencia.
Este privilegio, aunque no por ello exento de un profundo dolor, me dispuso en ratos anteriores para tributar en nombre de los bumangueses y todos los santandereanos, el adiós definitivo a una alma noble que supo encumbrar su vocación en el servicio público, teniendo como norte el bienestar común, pero además ejemplarizando con sus propias acciones el imaginario que nos enorgullece cuando evocamos la santandereanidad o hacemos gala de su herencia en un cúmulo de valores y principios que ufanan nuestro gentilicio.
Nació Eduardo Remolina Ordóñez en esta ciudad, coloreada entonces de parques y cigarras, el día 26 de mayo de 1943, en el hogar conformado por don Eduardo Remolina Mantilla y doña Alicia Ordóñez Guzmán. Adelantó sus estudios primarios en el Liceo del Sagrado Corazón y en el año de 1955 ingresó al Colegio Santander en donde al cabo de seis años termina su bachillerato. De esta etapa de su vida le oí muchas veces inextinguibles recuerdos que remontaba en la admiración hacia sus condiscípulos, Horacio Serpa Uribe y Alejandro Galvis Ramírez, sólo por nombrar en ellos una generación que llenaba sus expectativas en la contemporaneidad que les tocó vivir en suerte.
Su juventud, en los alrededores del parque Bolívar, la deslizaba con frecuencia en las conversaciones, llena de gratas alusiones al vecindario, cuando no evocando la figura paterna; el halo maternal que derrochaba doña Alicia Ordóñez; la inconfundible estampa de don José Fulgencio Gutiérrez; o la cosecha anual de mangos que convertían el lugar público en un exclusivo coto de hartazgo de la fruta, para él, sus hermanos y vecinos, entre los que refería principalmente, y con devoción de complicidad, el acompañamiento en la faena de recolección de su hermana Carmen, haciendo también las veces de mediadora en sus amores juveniles.
Encamina Eduardo sus pasos a la capital e ingresa en la Universidad Javeriana para graduarse en el año de 1967 como ingeniero civil; incursiona en el sector privado y posteriormente realiza un master de su misma especialidad en los Estados Unidos, época que gustaba de rememorar cuando reivindicaba la parte aventurera de su vida, presumiendo con una buena cuota de humor su excelente desempeño académico, en la Universidad de IOWA STATE UNIVERSITY, a pesar de su escaso inglés y para esa época notorio provincialismo.
Su vida profesional la inicia en la empresa ESSO de Colombia, como ingeniero de operaciones y, sin pausa alguna, lo veremos hacia adelante en la gerencia de DAVIVIENDA en Bucaramanga y Bogotá; en 1977 al frente de las Empresas Públicas de la ciudad y en 1978 nuevamente se produce su regreso al sector financiero, como gerente del Banco del Estado. En este intermedio cambia su estado civil, contrayendo nupcias con María Adela Pulido el 3 de mayo de ese año, precisamente el día de la Santa Cruz, tal como lo anota su esposa con cáustico humor. Para el año de 1981, es nombrado Alcalde de Bucaramanga. En 1983 dedica su inagotable energía al Parque Industrial, promovido precisamente en su administración, y en el año de 1985 lo vemos de nuevo regresar exitoso a la empresa privada, en calidad de gerente de la sociedad anónima Palmas del Cesar, hasta el año de 1996.
De este intenso periplo, con múltiples experiencias, muchas realizaciones y también algunas frustraciones, hay un inagotable anecdotario que solía referirle a sus amigos principalmente cuando abordaba su ideario liberal, haciendo énfasis en que el éxito de sus misiones siempre correspondió en darle preeminencia y reconocimiento al subalterno, al trabajador raso, al obrero, considerando que allí estaba la fuerza creadora de riqueza y la misma razón del servicio público, en el que creyó siempre como un interés real y colectivo. Se enorgullecía de su amistad con los sindicalistas, de su poca disposición a la politiquería y exaltaba en los que fueron sus jefes políticos, para el caso el doctor José Manuel Arias Carrizosa, o el mismo doctor Hugo Serrano Gómez, el compromiso con la región santandereana, muy por encima de cualquier interés particular o mezquino.
De la otra orilla, los conservadores, entre quienes me incluyo, siempre fue respetuoso y admiraba el comportamiento intachable y probo de los doctores Ciro López Mendoza y Enrique Barco Guerrero, como también de sus otros dos grandes amigos, el doctor Jaime García Parra o el doctor Alvaro Cala Hederich. El carácter y la personalidad que forjó en el transcurso de estos años hicieron de Eduardo Remolina un hombre íntegro, quizá demasiado frentero, sin atoros para decir verdades o asomar su criterio, logrando -sin proponérselo y mucho menos buscarlo- malquerencia gratuita de algunos que muy a su pesar terminaron reconociéndole esa fuerza moral y constructiva de la que dejó tantos ejemplos.
Un pequeño pero significativo paréntesis me permite acercarme al círculo familiar, en donde para él gravitaban en primerísimo lugar su esposa y sus hijos, Carlos Eduardo y Juan Pablo, en quienes avizoraba el futuro, invirtiendo en ello todo el amor posible, tanto como sus enseñanzas y ejemplo, para verse al espejo en los triunfos alcanzados por ellos, compartiendo con los más cercanos la satisfacción de las metas que a pocos se iban cumpliendo y el incesante esfuerzo por darles la mejor educación y estudio. En su corazón, María Adela tal vez fue su hijo mayor, a la que le exigió más y en la que puso sus mejores complacencias.
De sus hermanas y hermanos, todos ellos, Hernando, Alicia, Daniel, Gabriel, Inés, Teresa y Carmen, los dos primeros ya fallecidos, solo hacía gratas referencias del más puro y sincero amor fraterno, y de cuando en vez refunfuñaba, sólo porque se consideraba -sin serlo- el mayor de todos, y derivaba alguna responsabilidad de aquello que le permitía su carácter: ponerse bravo y regañar, así el motivo fuera nada y la reconciliación inmediata. En conjunto su familia fue lo más importante e incluyo en ella las sobrinas y sobrinos e incluso los primos, como la Hermana Cecilia de la Presentación, y sobre todos ellos el Padre Gerardo Remolina, sacerdote jesuita, oficiante hoy del servicio religioso, del que hablaba con manifiesta admiración, cariño y respeto, halagado en la profundidad de la herencia cromosómica que los unía en la misma sangre.
Cuando alguna vez le pregunté a quién había querido más en su vida, no vaciló en responderme que a sus padres. De don Eduardo decía que hasta amigo se hacía de sus propios amigos, tertuliando con ellos cuando se acercaban a la casa, atendiéndolos e incluso muchas veces poniéndoles tareas sobre lecturas que realizaba en voz alta, para despertar en todos ellos un interés en el conocimiento cotidiano de la sociedad y el papel que cada cual habría de desempeñar mañana. Hablaba con verdadera reverencia e infinito amor de ellos y tal vez cuando hablaba o se veía con mi madre, algo en su interior le recordaba, porque hacia ella también era filial su tratamiento y atenciones.
En el año de 1996, asumió lo que sería su obra cumbre y por la que lo recordarán las futuras generaciones de santandereanos. En la gerencia de lo que no era más que un proyecto ilusorio que incluso alcanzó a ser el hazmerreír de algunos, por fortuna pocos, se empeñó con la tozudez característica de su distintiva y férrea personalidad, logrando concretar el sueño que hoy se luce con el pomposo nombre de Hidroeléctrica del Río Sogamoso. Teniendo claro que fueron muchas las voluntades que concurrieron para tal fin, siempre comentamos con quien llegó a ser uno de sus mejores amigos en los últimos años, el doctor Hernán Uribe Niño, que tiene por qué saberlo como ex gerente de la Electrificadora de Santander, la imprescindible e inagotable tarea de Eduardo, para cristalizar una aspiración que llevaba en el tintero casi cincuenta años.
Podríamos concluir esta parte de su prolífica Hoja de Vida pidiéndole en justicia a la sociedad civil y al gobierno regional y nacional que se promueva el nombre de Eduardo Remolina Ordóñez para inscribirlo como parte de la razón social de la Hidroeléctrica, dando así un testimonio agradecido de su tarea.
Para el final de esta sentida semblanza, que solo el corazón recrea cuando muere la indiferencia, asfixiada por los indestructibles abrazos de la amistad sincera, quiero referirme a las tertulias que compartimos en el Juan Valdez de Megamall, todos los domingos durante sus últimos seis años de vida, en la grata compañía, segura e infaltable de Fernando Acosta Marenco, Hernán Uribe Niño, Saúl Barrera Rincón, Víctor Hugo Gómez, Marco Aurelio Skinner, Diego Otero Prada y Marcelita Ogliastri, acompañados de cuando en tanto por otros ocasionales contertulios. Este encuentro semanal, como para todos nosotros, era para Eduardo, según sus propias palabras, lo mejor que le había sucedido en la vida.
En esa reunión, que comenzó de manera casual y consolidó un grupo de excelentes amigos alrededor de varias tazas de tinto, se ventilaron en su compañía de forma positiva tantos problemas de la ciudad, el departamento y el país, desde luego sin acceder a soluciones, pero sí muchos e importantes criterios o diferencias, sin hablar jamás mal de nadie en particular y, al contrario, oyendo de la boca de Eduardo Remolina o de cualquiera de los otros contertulios magníficas apreciaciones hacia personalidades públicas desaprovechadas en el espectro político local, departamental o nacional, que podrían ser aún vigentes y provechosas para la región, en muchas ocasiones aludiendo a personas como su entrañable amigo el doctor Álvaro Beltrán Pinzón o algunos otros egregios ciudadanos que hoy nos acompañan.
Hace tan solo un mes, sentados en el sofá de su apartamento, repasamos juntos las hojas de varios álbumes fotográficos y aproveché para recordarle a su propia memoria, muchos y valiosos acontecimientos que lo habían tenido de protagonista en distintas épocas de su vida, leyéndole recortes noticiosos de los periódicos que guardaba con celo en un estante y que, según María Adela, nunca, desde que estuvieron archivados, le había llamado la atención desempolvarlos.
Cada título que yo pronunciaba en voz alta lo hacía interesarse en el artículo y añadirle, además de lo escrito en la prensa, algo en la evocación de sus propios recuerdos. Y, todavía más cerca, en un cálido almuerzo que compartimos en el apartamento de sus hermanas Inés y Teresa, en compañía de su esposa y sus hijos, Carlos Eduardo y Juan Pablo, Carmen, la hermana menor y consentida que vino desde Estados Unidos a verlo, Lucía, la casi nuera en sus afectos, con su hermana y los consuegros Gloria y Germán Duarte, tuvimos la ocasión de disfrutarlo en total alegría y con pleno dominio de sus sentidos, como esperamos recordarlo por siempre, hasta cuando a cada cual nos llegue el ineluctable final de los tiempos.
Acompañamiento fraternal a sus deudos y paz eterna en su tumba.

Bucaramanga, febrero 19 de 2013.

¡Gracias por compartirla!
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2 respuestas a Un santandereano a carta cabal. Por Fabio Torres Barrera

  1. Patriarca liberal de valor inconfundible, algo imborrable su maestranza cívica y moral. Orgullo para todas las generaciones de su descendencia y gratitud para todos los que tuvimos el gusto de algunos momentos compartir.

  2. Paz a la tumba de este hombre, distinguido por su don de gentes, ayuda desinteresada, espíritu de servicio y, por ende, recia sensibilidad social.
    Alcides Antonio Jáuregui Bautista.

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