LAS MUJERES EN LA FILOSOFÍA. Capítulo V: THEMISTA DE LÁMPSACO. Por Óscar Humberto Gómez Gómez, Miembro de la Academia de Historia de Santander y del Colegio Nacional de Periodistas.

THEMISTA DE LÁMPSACO. Museo del Louvre. París / Francia].

 

Cuando se habla de las diferentes escuelas filosóficas, siempre se menciona a los varones, prácticamente nunca a las mujeres, a pesar de que cada vez es más claro que ellas también tomaron parte en la creación y desarrollo de estas, y aportaron sus luces personales, que terminaron absorbidas por el hombre que era la cabeza de la escuela o, en el mejor de los casos, por la escuela misma, a la que acabaron atribuyéndosele los aportes de las damas integrantes de la correspondiente escuela, doctrina o corriente de la Filosofía.

Es el caso de Themista de Lámpsaco, la única filósofa mujer citada por el antiguo gramático y filólogo egipcio Dídimo de Alejandría, y la única mujer citada como filósofa por Lactancio.

Y es que Themista de Lámpsaco fue una de las cabezas principales de la escuela filosófica de los epicúreos, fundada por Epicuro. O Epicuro de Samos.

En efecto, a las afueras de Atenas, en un predio de su propiedad, Epicuro (nacido en Samos en el año 341 A.C.) fundó su escuela filosófica, a la cual se le denominó El Jardín, en referencia al entorno bucólico del lugar donde comenzó a funcionar.

Esta congregación, secta o hermandad de Epicuro se caracterizó por aceptar esclavos y admitir mujeres.

Y dentro de las mujeres que ingresaron a ella se destacó Themista de Lámpsaco.

 

“La escuela de Atenas”. Rafael. Museos Vaticanos. (Se cree que el filósofo de traje celeste que lee y escribe de pie y apoyado sobre una columna es Epicuro de Samos).

 

Los epicúreos tuvieron como centro de su filosofía la amistad. El Jardín era, pues, más que cualquier otra cosa, una fraternidad de amigos que habían decidido vivir juntos, y estudiar juntos, y compartir juntos, y asumir juntos la búsqueda de la felicidad. Es decir, en la concepción filosófica de los epicúreos, el fin de la vida es la felicidad y el camino para alcanzar esta es la amistad.

No existía dentro de los epicúreos comunidad de bienes, pues consideraban que ello traería consigo la desconfianza y se constituiría en fuente de conflictos.

Al ingreso, se tenía que hacer un juramento sacramental de lealtad a Epicuro, cuya vida era el ejemplo a ser imitado y cuya filosofía era la que debía ser aprendida y puesta en práctica.

Era, por ello, muy difícil que alguien distinto a él surgiera como pensador autónomo.

Ello no significaba que Epicuro fuese un dictador o algo por el estilo, pues, al contrario, está documentado su espíritu paternal y amable hacia sus discípulos, y que no había una línea de mando rígida, sino una relación fraterna entre los integrantes de la escuela.

 

Ruinas de la antigua Atenas. Acrópolis. Fotografía de Christophe Meneboeuf.

 

La felicidad, en la filosofía epicúrea, consiste en la ausencia de dolor en el cuerpo y de perturbación en el alma.

“El mayor placer está en beber agua cuando se tiene sed y comer pan cuando se tiene hambre”, dice textualmente Epicuro.

El placer es el fin de la vida. Pero no el placer entendido como el abuso de la sensualidad, ni el llevar una vida disoluta o viciosa.

A diferencia de los cirenaicos, los epicúreos privilegian el placer espiritual sobre el placer corporal.

El placer mayor de la vida es la tranquilidad del alma.

 

Ruinas de la Atenas antigua. Acrópolis. El Partenón.

 

El doctor Javier Antolín Sánchez en su obra Influencias éticas y sociopolíticas del epicureísmo en el cristianismo primitivo (Universidad de Valladolid, España, 2000. Tesis de doctorado) ilustra con amplitud la filosofía de Epicuro y los epicúreos.

Destaca de dicha filosofía, entre otros aportes, que “La mayor riqueza para el hombre consiste en vivir contento con poco, pues de lo poco jamás existe escasez”.

Para conseguir la vida feliz es necesario practicar la virtud; ni el deshonesto, ni el injusto pueden ser felices.

 

Ruinas de la antigua Atenas. Acrópolis. El teatro griego.

 

A la luz de la Historia, el hecho de que dentro de la escuela de los epicúreos no se discriminara a nadie, hizo que el epicureísmo tuviese una enorme acogida dentro de los pueblos de entonces y que se mantuviera vigente en el tiempo durante siglos enteros. Fue así como mientras Epicuro moría en Atenas en el año 270 A.C., a los 71 años de edad, todavía San Pablo, en pleno siglo I D.C., estaba previniendo a los cristianos sobre los peligros de su doctrina.

Y es que sus posturas de carácter religioso según las cuales no existe un principio creador y ordenador del universo (Álvaro Alonso. “Cristianismo y epicureísmo:Fray Alonso de Cartagena y el Libro de la vida bienaventurada) condujeron a que con el advenimiento del cristianismo la filosofía epicúrea fuese objeto de fuerte oposición dentro de la nueva concepción religiosa.

Pero ni Epicuro, ni los epicúreos —entre ellos Themista de Lámpsaco— eran ateos. Por el contrario, creían en la existencia de los dioses y que estos vivían en el mundo con figura humana y guardaban entre sí una perfecta armonía. Lo que no aceptaban, en cambio, era que las cosas que sucedían en la tierra ocurriesen debido a la intervención divina. En otras palabras, no existía para ellos “la divina providencia”. (Epicureísmo y cristianismo primitivo. En: cienciarazonyfe.com).

 

EPICURO DE SAMOS. Museo Metropolitano de Arte. Fotografía: Marie-Lan Nguyen (2011).

 

Se ignora qué pasó con El Jardín, cuándo desapareció y qué circunstancias rodearon su cierre o el cese de sus actividades.

En cuanto a la filosofía epicúrea como tal, el advenimiento de la Edad Media y el inmenso poder adquirido por la Iglesia terminaron por propiciar su final definitivo.

 

Es evidente que Themista de Lámpsaco llegó a El Jardín no solo como aspirante por sí sola a ser alumna de Epicuro, sino que también hubo de ser decisivo el que fuera la esposa de un filósofo llamado Leonteo, igualmente alumno de aquella escuela filosófica.

En todo caso, hubo de ser figura importante de la escuela porque el historiador de la filosofía griega antigua Diógenes Laercio (quien probablemente vivió en el siglo III D. C. y murió en el 240 D.C. a la edad de 60 años) dejó la constancia histórica de que uno de los libros de Epicuro se tituló A Themista.

 

Diógenes Laercio. Edward Brewster. 1688.

 

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[CONTINUARÁ]

 

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