La “jurisprudencia” de barandilla. Por Óscar Humberto Gómez Gómez.

Oscar Humberto Gómez Gómez

 

Un hombre ciego acude ante la policía a denunciar que lo acaban de robar; la autoridad le pregunta si vio algo; el hombre responde que obviamente no, pues es invidente; entonces la policía se niega a recibirle la denuncia.

Ustedes lo leyeron: el caso sucedió en Argentina.

Pero no piensen que en Colombia absurdos como ese no acontecen. Claro que sí suceden; y no ahora, sino de siempre.

Recuerdo el caso de una hija de mi profesor de inglés en el Instituto Tecnológico Santandereano, José Leo Mendoza Contreras.

La señora fue asaltada frente al templo del Sagrado Corazón de Jesús —la mal llamada iglesia de San Pedro—, en el barrio Sotomayor de Bucaramanga.  Los hampones la agredieron, forcejearon con ella, la derribaron sobre el andén, le rasgaron el vestido y, finalmente, le quitaron un maletín donde portaba las joyas de cuya venta domiciliaria vivía. Las alhajas no eran de ella, sino de personas que se las daban para la venta. Fue, entonces, a la policía a poner la denuncia. Sin embargo, para su sorpresa, allí le exigieron exhibir las facturas. Ella les explicó que no podía hacerlo porque las joyas no eran suyas, que lo que ella portaba consigo eran los documentos donde constaba que se le habían entregado para que ella las vendiera, pero que dichos documentos iban en el maletín robado. Les arguyó que ella probaría la propiedad de la mercancía dentro de la investigación. Pero no: finalmente, no se la recibieron.

Fue entonces cuando la atribulada víctima se acordó de mí. Y es que para esa época yo era columnista de Vanguardia Liberal y había publicado en la página editorial del periódico una nota que comenzaba diciendo: “Lo que yo más recuerdo de mi profesor Leo Mendoza es su viejo acordeón“. Los hijos de mi profesor la habían leído y hasta me habían hecho llegar un pergamino de agradecimiento.  Pues bien: si no es por esa nota, probablemente ella jamás me hubiera buscado, como, en efecto, me buscó, con lágrimas en los ojos y el traje todavía hecho un desastre. Gracias a la orientación que le di, pudo presentar la denuncia en el juzgado penal municipal de reparto.

Y es que no crean: en todas partes se cuecen habas, y también en este país, incluso hoy, con una Constitución frondosa en derechos, al que acude ante las autoridades se los niegan hasta en la misma barandilla.

 

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