Pereció un líder de la aviación en Santander. Por Rafael Serrano Prada [*]

El Gordo Rueda, como le decíamos cariñosamente sus amigos, se había sometido a la aplicación del balón gástrico, para reducir peso porque la avioneta que piloteaba durante muchos años debía multiplicar su esfuerzo cuando el número de pasajeros copaba los siete puestos distribuidos por el estrecho fuselaje del aparato. Jamás, durante veintisiete años de experiencia, volando por los aires de Santander, había sentido temor por el remolino de los vientos, que sacuden la estructura de las aeronaves en el Cañón del Chicamocha, en el cruce de la cordillera de Yariguíes, en la peligrosa turbulencia de la ruta a Málaga, donde varios de sus colegas han perdido la vida.

Carlos Alberto Rueda Pinzón, era hijo del ex alcalde de Bucaramanga y ex gerente del Acueducto Metropolitano, Eduardo Rueda Clausen, el último bastión de la independencia política y administrativa, que se regodeaba enfrentando al gobierno del ex presidente Alfonso López Michelsen, que le despojó al sector privado santandereano el derecho a la propiedad en la empresa del Acueducto. Su hijo Carlos Alberto desafió la turbulencia de los cielos de Santander y era el amigo de ministros, gobernadores, parlamentarios, alcaldes, empresarios, clérigos y líderes sociales que utilizaban sus servicios.

Desde muy tempranas horas de la mañana, el capitán Carlos Alberto Rueda Pinzón se instalaba en el aeropuerto internacional de Palonegro, con su pequeña avioneta Cessna 207, que realizaba vuelos permanentes a los aeropuertos regionales de Santander, Cesar, Sur de Bolívar y los Llanos Orientales. Nunca pensó que el día de la Navidad terminara su periplo mortal por este valle de lágrimas.

Piloteaba la avioneta de matrícula HK 4892, monomotor, que bramaba en el cañón del Chicamocha, llevando pasajeros a la ciudad de Málaga y había consentido el peligro en muchas ocasiones, ateniéndose a la experiencia de navegar por los aires de Santander, que son especialmente agitados en las zonas de la cordillera oriental y en la cordillera de Yariguíes, donde las aeronaves se mecen como hojas de papel que se las lleva el viento.

En los farallones de Umpalá, donde otrora habitaron las tribus indígenas, recreaba su pensamiento, observando cómo se convertirían esas breñas en zonas desérticas, donde solamente crecen las guasábaras que pinchan la piel de los animales caprinos y de los seres humanos que se atreven a tocarlas. El cañón del Chicamocha fue el centro de sus experiencias en el ejercicio de su profesión y recordaba momentos difíciles, que anteriormente había tenido que superar para llegar a los aeropuertos de la región.

Talvez nunca pensaba en la muerte, porque la parca lo sorprendió desprevenido en la fecha más hermosa de la Navidad, el pasado veinticuatro de diciembre a las dos y treinta de la tarde, cuando zarpaba del aeropuerto Internacional de Palonegro, con seis pasajeros hacia la ciudad de Málaga, en la frágil aeronave que había adquirido hace poco tiempo. La avioneta sufrió una falla mecánica y se vino a tierra. Alcanzó a pedir ayuda a la torre de control, advirtiendo que había una fuga de aceite y que el único motor de la aeronave perdía potencia. Uno de los pasajeros alcanzó a llamar a su familia por el teléfono celular, poco antes del siniestro.

Con el capitán Carlos Alberto Rueda Pinzón se fueron también vidas e ilusiones de los seis pasajeros, que quedaron muertos en los farallones de Umpalá, actual corregimiento de Piedecuesta. La historia del Gordo Rueda deberá contarse por capítulos, porque fue un hombre honrado, todo un profesional de la aviación colombiana, que se marchó junto con sus pasajeros en los veleros blancos de la eternidad, cuando en casa los esperaban para celebrar la noche más importante, la de la Navidad. Terrible paradoja del destino, que nos deja arrugada el alma por la dimensión de la tragedia.

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* RAFAEL SERRANO PRADA.— Educador, periodista, locutor, escritor y político santandereano. Director del diario EL FRENTE de Bucaramanga.

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