“DEJAR HACER, DEJAR PASAR”, PERO NO EN LO ECONÓMICO. Por Manuel Enrique Rey.

Estudios históricos serios, de gran influencia en el campo de la filosofía política y de la historia de las ideas, casi todos coinciden en que el utilitarismo (utilidad como principio moral y bienestar generalizado como respuesta a una sabia conducción del Estado) expresado como teoría y praxis económica y de derecho en Mill y Bentham –por no haberse desarrollado aún a cabalidad el capitalismo- sirvió de base conceptual y doctrinal al liberalismo durante el siglo XIX, al permitir un mayor grado de libertad, una mayor protección a los derechos individuales, la separación y limitación del ejercicio de los poderes; la participación de todas las órdenes en el ejercicio del poder, etc.; pero, nunca que, como parte de dicha evolución humanitaria, hubiese sido propuesto el desaforado laissez faire económico.
Hoy día, casi toda la afectación socio-política de las propuestas y logros que se obtuvieron durante la Revolución Francesa, que tenían que ver con la igualdad, la libertad y la equidad, de nada sirvieran si no fuesen planteadas también en términos económicos. Tanto, incluso, que la humanidad algunas veces en las naciones debate entre ser gobernada por algún extremismo totalitario: por el capitalismo salvaje que en aras de una exacerbada libertad en lo económico promueve el individualismo a ultranza; o por el comunismo, que en aras de una utópica nivelación en lo económico y social, oprime y destruye la individualidad.
Por un buen desempeño y desarrollo de lo económico se lucha en las naciones para desterrar la desigualdad; si es protuberante, para que cada día sea menor; por direccionar la economía en la búsqueda de bienestar en relación con la salud, con la educación, con la vivienda, sobre ingresos per cápita y su relación con la pobreza; sobre abastecimiento, sobre control de precios; por la equidad, que en términos de una bondadosa templanza habitual, permita la propensión a dejarse guiar, o a fallar, por el sentimiento del deber o de la conciencia, más bien que por las prescripciones rigurosas de la justicia o por el texto determinante de la ley.
Por establecer en la sociedad la disposición del ánimo que mueva a dar a cada uno lo que se merece, a los terrícolas, la parte de los bienes materiales que le corresponden, al disfrute de las innovaciones tecnológicas y científicas; en fin, a ampararse en una justicia, natural o divina, que sin importar el credo, el color o la raza etc., logre oponerse a la letra que desde el poder masifica o individualiza nuestro género por aplicación en términos de exclusividad de la ley positiva ejercida desde la esfera del poder.
Algunos países lo logran buscando un equilibrio justo de la riqueza por medio de una tributación controlada y eficiente. Debería, antes que favorecer presupuestalmente a quien por costumbre primero delinque y luego negocia posicionamiento económico y socio-político, prebendas y ausencia de castigo, como aplicación de la norma con justicia, que exista también equidad, libertad y legalidad para la contraparte.

 

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