¿Por qué en Colombia siempre triunfa en las elecciones el PNA? [Informe especial] Por: El Diablillo del Parnaso.

 

No lo puedo evitar. Lo que siento por estos candidatos de hoy en día, tan inseguros de su imagen y de su propio talento, que se traen asesores de imagen extranjeros para aprender con ellos todo, desde posar ante una cámara hasta hacer trampa; que toman cursos con estilistas y publicistas para sonreír, hablar, mover las manos y hasta para hacerse el nudo de la corbata, porque no están seguros del que han hecho siempre ellos mismos; que, desesperados por obtener el voto de sus desconocidos electores, repiten con ansiedad las promesas que otros les dictan, como si no fuese previsible de toda previsibilidad que, al final, no cumplirán nada de lo que están prometiendo; que tratan de gustarle a todo el mundo al mismo tiempo porque saben que, a la postre, vale lo mismo el voto del rico que el del menesteroso y el voto de la derecha que el de la izquierda; que a veces no son más que muñecos de ventrílocuo o marionetas de un titiritero, lo que siento por ellos, digo, es eso que llaman “oso ajeno”.

 

 

¡Pobres candidatos!

Y es que, a pesar del recargado maquillaje en sus rostros; a pesar de sus falsas sonrisas Colgate; de sus frases de cajón mil veces repetidas a lo largo de la historia; de las enormes y costosas vallas en las que aparecen posando como reinas de belleza  —vallas inútiles con las que no dicen nada, pero con las cuales confían poder romper el hielo de la apatía ciudadana y lograr que, a punta de verlas todos los días, los indiferentes se molesten, por fin, en ir el domingo de elecciones (a propósito: ¿por qué las elecciones siempre son un domingo?) a hacer la fila, cada vez más escasa, y a depositar su confianza en su indescifrable discurso político—; a pesar de sus llamados angustiosos a sus potenciales electores para que, por favor, vayan a votar; a pesar de sus ruegos para que lo hagan por la Patria, o por la democracia, o por el futuro de sus hijos, o al menos por amor a Dios; a pesar de que ofrecen salud, dinero y amor, y SISBEN (como si fuera de ellos), y casas sin cuota inicial, y hasta gratis; a pesar de que anuncian nuevas reformas a la mil veces reformada justicia —cada vez más injusta—, y nuevas reformas a la mil veces reformada salud —cada vez más enferma—, y nuevas reformas a la mil veces reformada educación —cada vez más inculta—; a pesar del consabido regalo de bultos de cemento y mochilas de mercado; y a pesar de las francachelas y las comilonas con que los partidos y movimientos se congracian con su etérea militancia, lo cierto es que el PNA, el glorioso PNA, el invencible PNA, sigue ganando las elecciones en Colombia.

 

 

Para no ir tan lejos, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de este año, en las que el ex uribista Juan Manuel Santos perdió frente al uribista Óscar Iván Zuluaga, y Uribe —por cuarta vez— volvió a ganar, según dicen algunos suspicaces, la presidencia de la república, de los 32’975.158 colombianos que se encontraban habilitados para votar, solo 13’064.361 acudieron a las urnas. O sea, que el abstencionismo fue del 60,15%.

En el exterior, donde las votaciones para elegir presidente iniciaron días antes y donde podían votar 600.000 colombianos, solo votaron 30.571 electores.

Zuluaga logró un 29 por ciento de los votos y Santos el 25 por ciento.

En la segunda vuelta, el PNA disminuyó su caudal, pero en todo caso ganó otra vez las elecciones con el 52%.

 

 

En la segunda vuelta pasada, que definió la presidencia entre el entonces candidato uribista Juan Manuel Santos y el también candidato uribista Antanas Mockus (quien, de verde hasta los pies vestido, fue hasta el Palacio de Nariño a ofrecerle a Uribe que le cuidaría sus tres huevos), la participación fue tan solo del 44.3%. A casi millón y medio de colombianos que habían votado en la primera vuelta, ya no les interesó cuál de las dos gallinas sería la encargada de seguirlos empollando.

 

 

Aunque el propio Álvaro Uribe terminó siendo un fenómeno electoral, nunca logró derrotar al PNA. En 2006, cuando buscaba su reelección, el 55% de los ciudadanos no votó. Cuatro años atrás, en 2002, fue elegido, de una vez en primera vuelta, pero con una participación de apenas el 46% de los ciudadanos.

 

 

No siempre, sin embargo, ha triunfado el PNA. En 1998 salió derrotado. En efecto, las elecciones presidenciales de ese año han sido de las más concurridas en la historia nacional. En la primera vuelta, por la que participaban Andrés Pastrana, Horacio Serpa, Noemí Sanín y Harold Bedoya, el 51.1% de potenciales votantes fueron a ejercer el derecho de elegir. Después, en la segunda, cuando la presidencia se definió entre Pastrana y Serpa, participó el 59% de colombianos. Ha sido tan reiterativo el triunfo del PNA, que a los analistas de ese año se les llenaba la boca de agua proclamando que “apenas” el 41% de los colombianos se habían abstenido de votar.

 

 

Las elecciones en las que Ernesto Samper ascendió a la presidencia, en 1994, volvieron a dar como triunfador al PNA. Solo el 33% de los colombianos acudió a las urnas. Y eso que a los cuatro vientos se pregonaba que Colombia estaba estrenando Constitución.

De ahí para atrás, y salvo las excepciones que nunca faltan, ha sido la debacle para los políticos y la victoria inobjetable del glorioso PNA. En 1990, el 57% no votó; en 1986, la abstención fue del 54%; en 1982, del 50.9%.

Las excepciones que han significado la derrota del PNA, han sido las elecciones de 1958, 1970 y 1974. En esos años, más del 50% de los colombianos votó.  Es de resaltar que el país se encontraba en vigencia del Frente Nacional. En las de 1970, la ANAPO, que seguía al rehabilitado general golpista Gustavo Rojas Pinilla, denunció fraude electoral, lo cual habría de conducir al nacimiento de otra guerrilla más en Colombia: el M-19.

 

 

De cuánto salen costando las elecciones, ni hablemos. Mientras alumnos de colegios públicos como el Instituto Técnico Salesiano Eloy Valenzuela de Bucaramanga llegan a estudiar sin haber probado bocado al desayuno y luego de caminar kilómetros y kilómetros desde sus casas porque no tienen cómo pagar el pasaje del bus; y mientras sigue sin pavimentar la carretera a Málaga; y mientras los enfermos se mueren y los heridos se desangran en los hospitales y puestos de salud porque no hay plata con qué adquirir los elementos necesarios para el trabajo quirúrgico, las elecciones del 2014, cuando aún no se llevaba a cabo la segunda vuelta, le  iban costando al Presupuesto de la Nación $569.000 millones, es decir, $337.000 millones más que lo invertido en 2010.

 

 

El dominio histórico del PNA en las elecciones colombianas pone de presente la apatía popular, pero también la profunda crisis de los partidos en el imaginario nacional, ante el cual se presentan como unas desordenadas montoneras,  sin programas, ni plataformas ideológicas, ni propuestas serias y convincentes acerca de la búsqueda de solución a los grandes problemas de nuestra sociedad.

Cada día son más los colombianos ante quienes los partidos carecen de credibilidad por el inveterado y cínico incumplimiento de las promesas electorales. A ello se ha añadido el descontento generalizado ante el carácter cerrado de las listas electorales, en cuya confección no inciden las capacidades, sino la pertenencia a la rosca.

 

 

Se viene hablando sobre la urgencia de ponerle fin al voto preferente, pues se ha puesto en evidencia que solo contribuye a la corrupción.

También se pregona la apremiante necesidad de que se establezca la financiación de las campañas políticas por parte del Estado.

Finalmente, se ha vuelto a poner sobre el tapete la discusión acerca de imponer el voto obligatorio.

La obligatoriedad de votar ya existe en América Latina: Brasil, Paraguay, Perú , Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador, con excepciones como la de no obligar a quienes sobrepasen determinada edad.

Empero, si la política no se transforma para convertirla en una verdadera ciencia, y el pueblo colombiano sigue percibiendo que los políticos no buscan sino su beneficio personal, para alcanzar el cual pasan por encima del que sea y de lo que sea, el PNA seguirá ganando las elecciones así pretendan desmantelarlo llevando a su multitudinaria militancia a votar, ya no en buses pagados por los politiqueros —como han llevado siempre a nuestro resignado pueblo—, sino a bordo de patrullas policiales y furgones del Ejército.

 

_________

 

[PNA: Partido Nacional Abstencionista].

 

 

¡Gracias por compartirla!
Esta entrada fue publicada en Periodismo. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *