Democracia y totalitarismo. Por Manuel Enrique Rey.

Cuesta trabajo pensar que algunas democracias del mundo sean vencidas y acorraladas políticamente por un totalitarismo de Estado. No está por demás insistir en que la democracia, una buena forma de coexistencia, considerada la mejor de las corrientes relacionadas con la pluralidad del pensamiento en cuanto al ejercicio de poder y gobierno de los pueblos, tiene reglas definidas sobre cómo hacerse con el poder, aunque poco claras las tenga como exigencia, cuando de fijarlas se trata, y también para su ejercicio cuando se ve obstruida y hasta disminuida en su conservación.

La mayoría de los pensadores del totalitarismo aducen que su aparición se debe a una aplicación mucho más intensa, extensa y evolucionada que el teórico poder absoluto que tenían las monarquías del Antiguo Régimen. Probablemente nace según se deduce del pensamiento de Tocqueville, Quinet, La Boéie y otros, cuando desde principios del siglo XIX cuestionaban los fundamentos de la dominación totalitaria, cuando ésta no era producto de una conquista, ni se mantenía durante cortos lapsos por la fuerza de las armas.

Grande tuvo que ser la decepción de estos librepensadores, que en cierto momento de su quehacer filosófico observaban cómo se conducía a un pueblo con el poder emanado del lenguaje y de otras argucias totalitarias para que se abstuviera de pensar; una enseñanza que aprendieron a extraer de la época en que los franceses, fascinados por Napoleón, le atribuyeron un saber infalible que los dejó en “cierto estupor”.

Por el contrario, la democracia, aunque consciente de que nada encuentra de reprobable en que quien ejercita el poder trate de afianzarlo e incluso de incrementarlo y conservarlo, al mismo tiempo proclama que sabrá respetar aquello que exige para su ejercicio. Es lo que olvidan quienes de ninguna manera permiten la multiplicación y diversificación de los centros de poder. Ya que cuando estos se concentran en una sola ideología, por demás totalitaria, del pensamiento, al no permitir que la sociedad pueda pensar, van destruyendo todo lo que se le oponga: otro poder político, otra forma de entender la dupla socio-económica, que exista oposición, el endiosamiento del mercado, el miedo a perder la seguridad síquica que provee la pertenencia a un colectivo, etc.

Las preguntas que debemos estarnos haciendo muchos colombianos, cuando suceden casos deplorables, cuando la sociedad espera de sus gobernantes que se ajusten a las decisiones implementadas desde la democracia, son: ¿por qué la tendencia en los centros del poder radical tiende hacia el totalitarismo? ¿por qué subyace y trata de imponerse sobre una mayoría un sistema totalitario imprevisto?

¿Será que la convivencia con pensamiento dicotómico está vedado? ¿Será que nuestros gobernantes e intelectuales de la política desconocieron, desde la derecha liberal, o desde la fracción de la izquierda democrática, el peligro que encara el comunismo o el fascismo?

Debemos sospechar de la idea de que la democracia ya no tiene enemigos y de que, por sí misma, no es el foco de nuevos modos de opresión del pensamiento, de nuevos modos de servidumbre voluntaria, cuyas consecuencias ignoramos.

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MANUEL ENRIQUE REY SANMIGUEL.— Empresario y escritor santandereano. Ingeniero químico de la Universidad Nacional de Colombia. Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Santander. Autor, entre otros libros, de El chotacabras y Cronología del lenguaje español en los humanos desde que fuimos primates.

 

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