Otro atentado inminente contra el medio ambiente en Bucaramanga. Por Óscar Humberto Gómez Gómez

 

“En una acción de manifiesta torpeza oficial que había de quedar impune, como tantas otras equivocaciones, cuando no tropelías del Estado contra el equilibrio ecológico y el ornato público, salvo, desde luego, frente al enjuiciamiento crítico de la historia, el ayuntamiento, acogiendo el frío concepto técnico de un equipo de ingenieros civiles sin alma, decidió ordenar el taponamiento de las quebradas que surcaban la ciudad, con el manido pretexto del progreso, rechazando de tajo el hermoso sueño arquitectónico de una ciudad surcada de puentes y riachuelos que hubieran seguido, a lo largo de los años venideros, despertando las palpitaciones de los románticos y sirviendo como entorno mágico a los enamorados que todavía fueran capaces de abrazarse públicamente bajo la luz de la luna.

Casi enseguida sacrificaron, en el ara del desarrollo desalmado, el encanto de los lagos y el sortilegio de los patos piscisíes, que nadaban sobre los espejos de aguas cristalinas no arrasadas aún por los ciclones inmisericordes de la irracionalidad.

Así, arrojaron toneladas de desechos y basuras hasta secar para siempre el cauce de la Quebrada Seca, y el asfalto, y la brea, y las aplanadoras, condenaron al recuerdo los manantiales y todas las riquezas hídricas de aquella ciudad, que años más tarde, como castigo de la naturaleza contra tanta brutalidad, empezó a deslizarse hacia la profundidad de los barrancos.
(…)
Las quebradas que otrora serpentearan cruzando la ciudad, sepultadas a la fuerza bajo moles monumentales de concreto, reaccionaron contra aquel derroche de irreflexión política infiltrando sus aguas subterráneas por recovecos inimaginables hasta terminar debilitando la tierra de las laderas, y la ciudad se vio enfrentada por primera vez a la temible amenaza de la erosión.

Pero el rigor de aquella sentencia inconmutable principiaron a sufrirlo solamente los pobres, a cuyas casas de lástima se las iban tragando los enormes cráteres que por todas partes carcomían si piedad ni aviso previo la estabilidad de la meseta.
(…)

Los patos emigraron para siempre cuando la irracionalidad les secó los lagos.

Los palmípedos de finos y largos cuellos que, por infortunio, desviaron su vuelo y cayeron en algunos solares del oriente, fueron capturados, enjaulados y consumidos sin misericordia por familias ávidas de carne, que los mataron como a vulgares gallinas de sancocho dominguero.

Y aunque multitud de niños uniformados eran conducidos por sus preceptores a participar en brigadas programadas para siembras masivas de árboles en las laderas próximas a precipitarse a las tétricas hondonadas, labor a la que se aplicaban con entusiasmo después de escuchar, en posición de firmes, las notas marciales del himno nacional, de izar el pendón tricolor en astas enclenques, torcidas por el uso continuo de muchos años, y de soportar no sólo la inclemencia del sol, sino la desconsideración de unos discursos interminables, la ciudad había de seguir deslizándose al vacío tenebroso de los precipicios que irían a crecer de tamaño en los lustros por venir, hasta la horrorosa mañana en que, por fin, los periodistas de una emisora de radio cayeron en la cuenta de que la muerte atroz de una familia humilde, aplastada por las tapias de su morada de hambre, también era noticia digna de ser contada, y el personal de reporteros se desplazó con toda su parafernalia hacia el lugar el desastre”.

(GÓMEZ, Óscar Humberto. Tierra de cigarras, 1a. edición. [Sic] Editorial. Bucaramanga. 2000, p.p. 197-199).

 

Más allá de la imaginación literaria, de si era viable o conveniente conservar las quebradas que surcaban esta tierra, y de la discusión puntual acerca de si la Quebrada Seca fue verdaderamente alguna vez una quebrada, el crecimiento urbano de Bucaramanga, en la realidad, aparte de desordenado, ha tenido como común denominador la depredación irreflexiva del medio ambiente.

No estamos en contra del progreso. Ni más faltaba. Estamos contra esa concepción fría e irracional del progreso que no toma en cuenta la necesidad de preservar la belleza primaria del mundo. Para no hablar sino de los tiempos recientes, a la insensata deforestación que sufrió la autopista que une a Bucaramanga con la vecina Floridablanca a propósito de las obras del Metrolínea, se unió poco después la criminal tala de los árboles centenarios del parque Santander para hacerle una reforma que nadie, finalmente, entendió. Y ahora, con el pretexto del intercambiador del Mesón de los Búcaros, se aproxima como inminente una nueva tala de árboles, de numerosos árboles que embellecen y oxigenan el espacio contiguo a la tradicional e histórica Escuela Normal Nacional de Señoritas, hoy transformada en la Escuela Normal Superior, la misma que regentó durante años de apostolado esa inmejorable educadora santandereana que fue la maestra Mery Luna Santos. En esos casos, y en todos los demás en los cuales ha sucedido algo similar, siempre se ha anunciado la “sustitución” o el “reemplazo” de los árboles talados por otros que se sembrarían en sitios distintos de la ciudad dizque para “compensar” el daño ecológico. Empero, ni de la ejecución de esas acciones ecológicas se da una exacta y soportada cuenta a la comunidad, ni el hecho de que se siembren árboles nuevos “sustituye” o “reemplaza” el terrible impacto adverso que para el medio ambiente implica la tala de árboles que han demorado medio siglo, o el siglo completo, o más del siglo, en crecer y llegar a la condición que tenían cuando fueron talados.

 

LA CONSTRUCCIÓN DEL METROLÍNEA SIGNIFICÓ LA TALA DE CENTENARES DE ÁRBOLES NATIVOS. CAMINAR POR LA AUTOPISTA SE CONVIRTIÓ EN UNA PROEZA, NO SOLO POR LA FALTA DE ANDENES Y ZONAS PEATONALES, SINO PORQUE EL CALOR PARECIERA DERRETIR A LAS PERSONAS QUE LO HACEN.

 

Denuncia la comunidad educativa de la Escuela Normal Superior, a la que -según denuncia ella misma en la prensa- el alcalde no se ha dignado recibir, que se van a talar ciento veintiséis árboles que tienen más de medio siglo de existencia.

 

LA REFORMA DEL TRADICIONAL PARQUE SANTANDER TAMBIÉN IMPLICÓ LA TALA DE NUMEROSOS ÁRBOLES ANTIGUOS.

 

SECTOR DEL “MESÓN DE LOS BÚCAROS”, LA SEMPITERNA DICOTOMÍA ENTRE EL MEDIO AMBIENTE Y EL PROGRESO, QUE PARA ALGUNOS DEBE RESOLVERSE, SIN CONTEMPLACIONES, A FAVOR DE ESTE ÚLTIMO.

 

Ante la total atomización en que vive el Estado, cabe la pregunta: al fin, ¿qué entidad estatal es la que tiene que salir en defensa del medio ambiente en estos casos? ¿La Corporación Autónoma Regional para la Defensa de la Meseta de Bucaramanga (CDMB)? ¿El Área Metropolitana de Bucaramanga? ¿La Secretaría del Medio Ambiente de la Alcaldía Municipal de Bucaramanga? ¿La Secretaría de Infraestructura de la misma alcaldía? ¿El Ministerio del Medio Ambiente? ¿La Policía Ambiental? ¿Todas las anteriores? ¿Ninguna de los anteriores?

Ojalá que con la misma ardentía con que las instituciones que se dicen defensoras del medio ambiente se pelean a dentelladas el presupuesto, se peleen ahora el derecho sacrosanto de impedir la consumación de este nuevo atropello contra la naturaleza.

Y ojalá que los bumangueses y los residentes en Bucaramanga entiendan que, contrariamente a lo que todo el mundo pareciera creer, defender la pureza del aire no es un juego, sino una cuestión de supervivencia.

 

 

 

 

 

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